In the city of blinding lights

Su primera vez debería ser mágica, fue lo que se dijo cuando salió del hasta entonces, su hogar, era la primera vez que miraba la ciudad, incluso con su mirada somnolienta era una vista que dejaba sin aliento.
Sus maletas eran pequeñas, porque -en la ciudad vas a encontrar de todo- le dijeron sus padres y ella se conformó con ése pensamiento, agarró sus maletas y buscó la salida más cercana.
Sus amigos se sentían felices por ella y eso la hacía sentirse menos sola mientras el taxi la llevaba a su nuevo hogar, ya era de noche así que por primera vez en su vida veía pasar por su ventana una tras otra hileras de luces de colores a la vez que pensamientos y deseos daban vueltas en su cabeza.

Lo primero que extrañó fue el olor de la noche, no existía, o no como lo esperaba, no habían aromas dulces o esos que le hacían pensar en verde.
Lo segundo que extrañó fue el amanecer, este día sería su día libre antes de anotarse a la rutina que tanto anhelaba, pero, la despertó el sonido monótono de una licuadora seguido del motor de un carro, el radio del vecino, el pito de un carro en el semáforo de la esquina, definitivamente su nuevo lugar en el mundo no tenía canto de animales silvestres en la mañana y a esta hora tampoco olía a verde.


Pasado algún tiempo dejó de extrañar, empezó a conocer nuevos lugares, empezó reemplazar viejas costumbres, comenzó el proceso de olvidar, porque se de eso se trata el olvido: cambiar unas costumbres por otras.

Así es como muere cada primera vez, la costumbre;  las luces a lo lejos ya no le parecían fascinantes y el ruido del tráfico era su banda sonora personal, las mañanas eran apresuradas y pronto la rutina puso a dormir sus deseos . 

La ciudad de las luces cegadoras había cobrado otra víctima. 







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