Pamema XVII

Joana llega todos los días a las 7:00 am no importa el día, si es festivo, si llueve o si ya van varias semanas sin ver llover. 
Joana inicia su labor limpiando el borde de la matera, y sentándose allí, acto seguido abre su bolsa y saca  los dulces que espera vender hoy, mientras piensa en lo que decían las noticias y se preguntaba si lo de hoy le iba a alcanzar para pagar el día y guardar un poco para el fin de semana poder comprarse un tapabocas, porque parecía importante pensar en eso. 

El vigilante saludo de manera habitual y le ofreció a Joana café, ella volvió a decir que no, Joana sabía que estaba mal visto decir que no siempre, pero también sabía que el café no era gratis, tarde temprano terminaría siendo algo más y temía del algo más, le habían contado muchas historias que siempre empezaban con un café y terminaban en hijo sin padres, cuando terminaban bien, así que mejor decía que no siempre, así el día fuera uno de esos en los que sale sin desayunar para que quienes se quedan en casa si puedan hacerlo. 
Cuando se acercan las 8 de la noche Joana da por terminada su jornada, sabe que no vendió todos los dulces que esperaba vender hoy, pero sabe que puede pagar una noche bajo techo y comida para el día siguiente, aunque no le queda nada para el tapabocas. 
Un día más en la vida de Joana, esta vez la calle está más sola y desde lo lejos y con un tapaboca en medio la saluda el vigilante que esta vez no le ofrece café, y las personas que pasan ya empiezan a usar tapabocas, las noticias dicen que ya no se encuentran en las farmacias y Joana se preocupa porque no alcanzó a ahorrar lo suficiente antes de que se acabaran, mucho menos pensó que iba a necesitar más de uno. 
Joana se levanta cansada en las mañanas, la falta de gente en las calles hace que los días sean más largos porque no encuentra distracciones y sus pensamientos permanecen entre los dulces que le quedan y el poco dinero que puede conseguir, es así como los pies pesan cada vez más y prefiere no pensar en la fiebre que la acompañó en la noche y la tos que llegó en la tarde. 

Tres días después de iniciada la tos el vigilante se acercó con recelo y en lugar del acostumbrado café le pasó un tapabocas, le dijo que era de tela, que lo podía lavar todos los días. 

Joana dejó de presentarse a las 7:00 am, mientras tanto en su cama la fiebre la abrazaba y abrasaba día y noche, algunas veces pensaba en el café que nunca se tomó, pensó en que nunca supo el nombre del vigilante, pero sabía que era mejor así, había escuchado que cuando se pone nombre a las cosas dejan de ser cosas ajenas y pasan a pertenecer un poco a uno.

Respirar siempre había sido un acto de valentía, pero en las últimas horas había pasado a ser un acto de dolor, un acto de fe, cada vez era más lento y más doloroso, le dolía el alma pensaba porque era un dolor que no había sentido antes, no dolía tanto cuando se quebró la mano al caerse cuando era pequeña o cuando le rompieron el corazón justo el día de sus 15 años cuando el regalo que le dio su novio fue besarse con su prima la que había venido para la fiesta. 

Las noticias estaban en lo cierto, no era una simple gripa y una semana después de haber estrenado su tapabocas de tela Joana pasó a ser una estadística más, de esas que se convierten en leyenda, porque nunca nadie supo lo suficiente para decir lo que realmente sucedió. 



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