Pamema XII

Sara, oficinista promedio con los fines de semana libre utilizaba este tiempo para ponerse al día  con los quehaceres de la adultez, hacía ya algún tiempo que la adultez le dijo que ya no era joven y necesitaba hacer algo de ejercicio si quería una vejez no dolorosa.

Fue de esa forma como Sara encontró satisfacción en levantarse "temprano" los sábados y tener una rutina que le ayudara con la parte del ejercicio, levantarse siempre era la parte más difícil, pero una vez logrado su rutina daba inicio y nada podría detenerla.

Organizar su ropa deportiva era fácil, toda le gustaba, limpiar los tennis porque los Dioses libren a Sara de salir con unos zapatos mugrosos, recargar sus audífonos, recargar el celular, organizar una playlist, limpiar el estuche del celular, guantes, empacar chiclets, empacar el candado para el casillero, empacar únicamente los documentos necesarios que no estorben mucho en caso de no encontrar un casillero.

Una ducha rápida (la cual le parecía innecesaria porque igual iba a sudar) un desayuno igual de rápido y una salida de su casa aún más rápida, mientras se dirigía al tranvía trataba de recordar el saldo en su tarjeta de viajes y decidió que no necesitaba recargar, fue así como a unos metros de la estación recordó que había dejado los audífonos sobre su mesa de noche y mientras decidía que era mejor devolverse vio como el tranvía se acercaba a la estación, así que en una decisión rápida se dijo que era mejor tomar el tranvía para no alterar su rutina por llegar tarde.

Sara no creía en las supersticiones, el destino, la mala suerte, bueno, quizás la suerte en general, y aunque el viaje se le hizo demasiado largo sin sus audífonos prefirió no pensar en eso y disfrutar el contacto con la ciudad de manera cruda (para Sara la ciudad, la gente y su rutina tenían un toque mágico cuando los veía mientras escuchaba su banda sonora).

Fue a los vestidores, se cambió su camiseta, sacó su celular y recordó que le faltaban los audífonos, y  que la semana anterior había dejado el chicle así que sacó una pastilla y guardó el resto de sus cosas en el casillero.

Cuando llegó a la pista atlética vio con tristeza que esta se encontraba cerrada al público, pensó en un plan B que sería solo trotar un par de kilómetros y luego dar uso de las máquinas, fue así como recordó que había dejado los guantes en el casillero, ¡genial! se dijo para sí con evidente sarcasmo, en estos momentos aún no le llegaba el pesimismo que viene acompañado con la frase: podría ser peor ( porque claro, siempre se puede más), así que se decidió a  iniciar el plan B y ver qué pasaba después, ver algunos de los cuerpos que  hacen ejercicio siempre mejoraba su estado de ánimo.

Terminados un par de kilómetros que le parecieron insoportables sin música, ayudó un poco el hecho de que unos jóvenes con pinta de boyscoutt le entregaran una flor y una nota por el día de amor y amistad, al  terminarla de leer se enteró que era un mensaje del tempo adventista, por un momento pensó en ir detrás de ellos y decirles que gracias, pero su ateísmo no le permitía tomar la nota, luego decidió que no estaba tan mal recibir una flor gratis y se dirigió al casillero por sus guantes para continuar con su rutina, más alterada ahora que antes.

Las máquinas estaban desocupadas y lo tomó como algo bueno, eso significa menos ruido y menos tortura por falta de los audífonos, después de 20 minutos empezó a sentir las gotas de agua y levantó la mirada al cielo, fue en ese momento en el que creyó en el destino, la suerte, la superstición, y decidió que definitivamente hoy no era su día para hacer algo de ejercicio y que debió notarlo en el momento exacto en que se descubrió lo de sus audífonos, en ese instante también decidió  que era mejor regresar a su casa porque siempre se podía más y siempre podría ser peor.






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