Conciencia

Después del sudor de tu cuerpo suele llegar la conciencia, inclemente como si no se acostumbrara aún a estar escondida entre los rincones de tu cuerpo que decido guardar en mi memoria. 


Quiero gritar, callarla para que me atormente menos, que se de por vencida ante mis mayúsculos actos y mis minúsculas ganas de escucharle.

¿Es mucho pedir una conciencia que no sea mayor que yo, que no me llame culpable cuando muerdo mis labios de tan solo pensarte?

No puedo correr, no puedo apelar a mi locura porque disfruto de sus constantes reclamos, es así como descubro el placer de mis culpas, cada una de ellas, reflejadas en las marcas que dejan nuestros cuerpos.

Quiero creer que en una conciencia pendenciera, morbosa que está a la espera de mi caída porque es así como llega a formar parte de nuestros carnales placeres. 

Una conciencia que consciente en tu cuerpo la delicia de mis culpas, la culminación de mis perversiones, la necesidad de culparme cuando pretendo olvidarte.

Una conciencia que no me atormente con tus labios, la sal de tu cuerpo, tus obscenos susurros, cuando después de satisfacernos se me antoja el vacío deseo, ese que nunca me permitiría amarte. 



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