Pamema XIX

Las siete de la mañana era la hora perfecta para levantarse, eso se decía Pedro que estaba despierto dando vueltas en su cama desde las 6:20am y  se negaba a levantarse antes de la hora acordada, después de 39 minutos se levantó y puso a hervir el agua para preparar el café que serviría de desayuno, cuando salió del baño el agua estaba hirviendo, uso dos cucharadas de café y preparó el colador, le puso el agua y lo dejó colando para que cayera en el pocillo que dice: café de Colombia. 

Una camisa azul, de cuadros y manga corta, el pantalón negro al que le hizo el prense con la plancha la noche anterior, los zapatos limpios, con la americana que les hizo el domingo en la noche y que solo necesitan que se les pase un trapo por encima si no ha llovido, cuando llueve lo limpia en la noche y por la mañana después de una capa de betún pasa el cepillo varias veces para volver a brillar, las medias negras porque tienen que salir con el pantalón y el saco que había traído de la lavandería hace un par de semanas. 

Se miró en el espejo, acomodándose la camisa dentro del pantalón y ajustó la correa, la misma a la que tuvo que hacerle un nuevo hueco la semana pasada porque ya le estaba quedando grande, sacó dos galletas del tarro de las galletas, llevó el café a la mesa junto al televisor, y le puso una cuchara de azúcar, encendió el televisor y empezó a desayunar. 


Lavó el pocillo y lo puso boca abajo junto al lavaplatos, lavó el colador, lo escurrió y lo puso en el cucharero, se lavó las manos, sacudió el agua y  se miró la ropa para sacudirse enérgicamente las migas de galletas que cayeron mientras desayunaba, entró en el bañó y se dio cuenta que no había comprado la crema dental que desde hace unos días estaba en las últimas, así que apretó con todas sus fuerzas y con lo poco que había cepillo sus dientes mientras hacía otra vez la nota mental de comprar crema dental se cepillo los dientes, se peinó un poco y salió del baño.

Se puso el saco, tomó las llaves, abrió la puerta luego la reja, sacó el carrito de dulces hasta la mitad del andén, se devolvió para cerrar la puerta con dos vueltas de la llave, cerró la reja con las tres vueltas de siempre, corrió el carrito junto a la pared, levantó la tapa y empezó a organizar lo que iba a vender durante el día: los chiclets eran lo que más se vendía, especialmente los fines de semana si se quedaba hasta tarde y empezaban a llegar los que venían para el rumbeadero de la esquina, así que hizo otra nota mental para comprar chiclets antes del viernes. 

Acomodado el carro de dulces sacó el cajón-silla que guardaba en la parte de abajo del carro y se sentó a ver pasar el día, esperaba que este fuera un día mejor que el anterior, eso era algo que se repetía así mismo desde hace muchos años cuando abandonó el mundo oficinista que le ofreció en su momento lo que se supone que es el éxito, pero terminó convirtiéndose en una sucesión de reuniones sin fin con gente impasible, días coloridos sin sabor, momentos eufóricos para lograr un objetivo urgente e importante aquí y ahora que al final del día en el gran esquema de las cosas significaban nada, por eso esperaba que este día fuera mejor que ese anterior porque al menos ahora, desde el momento en el que se levanta tiene un objetivo claro y en el gran sentido de las cosas lo significa todo.


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