Pamema XVIII
Sebastian llevaba su tercer cigarro de la noche después de la última vez que había contado y le había dado 3, tampoco había mirado su reloj el rato que había estado sentado en esa silla del parque con la cerveza ahora caliente en su mano.
No era la primera vez que su mirada se perdía mientras los engranajes de su cabeza se movían tan rápido que podía escucharse pensar desde lejos, no era la primera vez que este pensamiento lo hacía perder la noción de todo.
Pensaba en sus hijos, cinco muestras de su hombría en 34 años, la pelea que había tenido con el "amigo" que le quitó una novia y le rompió la nariz cuando se dio cuenta que le ponían el cuerno, la vez en que la calentura lo llevó a decirle a la prima que la puntica no más para convencerla de encerrarse debajo de la escalera y quitarse las ganas que le traía, Sebastian no necesitaba demostrar su hombría, igual su tía lo había pillado y toda la familia recuerda lo que pasó en el cumpleaños 82 del abuelo, toda la familia sabía de su hombría.
Sebastian, cansado de pensar hizo lo que toda persona hace cuando el alcohol, las drogas y el cigarrillo no dan la respuesta, preguntarle a la primera persona que creyera iba a solucionar su duda, empezó a ver la gente que pasaba, no era mucha, la gente estaba encerrada en sus casas debido a una pandemia, él también debería estar encerrado, pero, lo que tenía en la cabeza era más grande que el fin del mundo, veía pasar las personas, a esa hora ya no había prisa por llegar a alguna parte y la poca gente en la calle hacía que todo le pareciera moroso, el tipo con con perro grande que pasó trotando, la señora que hablaba acalorada por teléfono, la pareja conformada por dos mujeres que no parecía ocultar nada mientras compartían de esos besos que desde lejos parecen decir que se quieren, estuvo cerca de llamarlas y pedirles un consejo, pero verlas solo lo hizo llenarse de más pensamientos y cuando volvió a su silla ellas estaban lejos y la calle estaba sola.
Terminó el cigarrillo y siguió en el ejercicio de ver gente pasar mientras alimentaba su valentía con sorbos de la caliente cerveza.
Así fue como vio un perro amistoso acercarse y se animó a decirle a su dueña si podía preguntarle algo, fue una conversación de una hora en la que Sebastian descubrió que podía sentirse atraído física y/o sentimentalmente tanto por hombres como por mujeres, que no tenía porqué escoger, descubrió que marica es quien se queda en una relación por costumbre o con la excusa de los hijos cuando no quiere seguir en ella.
Sebastian entendió que si un hijo suyo le decía que no era heterosexual, claro también entendió la diferencia entre heterosexual y homosexual, no era el fin del mundo y eso no significaba nada en el gran orden de las cosas, Sebastian entendió que el mundo no debería meterse en la cama de los demás que eso no asunto de nadie y que él podía meter en su cama a quien quisiera, incluso a muchas personas al mismo tiempo siempre y cuando estuvieran todos de acuerdo, hay gente que lo hace y está bien, hay gente que no lo hace y está bien, hay gente que solo juzga y eso está mal.
Sebastian se tomó lo último de la cerveza que caliente sabía parecido al jarabe de zarzaparilla, y se dio cuenta que era un marica por ponerse a pensar en lo que iban a pensar los demás si descubrían que hace muchos años tuvo sexo con su amigo del trabajo, que era demasiado marica para pensar en los demás antes que en él cuando recordaba los besos a escondidas que desde hace unos meses empezó a compartir con el vecino y lo hacían sentir como dicen que se siente cuando uno está enamorado, maricas todos por meterse en lo que no les importa, fue lo que pensó Sebastian.
Esa noche mientras le llegaba el sueño y lo acosaba el frío Sebastian pensó que era muy marica por estar aguantando frío cuando sabía que el vecino bien podría calentarle la cama, así que dejó la maricada y se fue para donde el vecino a hacer lo que hacen los hombres de verdad: dar la cara y decirle que sí, que fueran novios.
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