Mágico Realista

Hace un tiempo empecé a contarle a LittleSaltamontes una que otra cosa de esas que uno le han pasado en la vida y que se convierten en anécdotas para los  amigos cuando sale por ahí a hablar cháchara, en medio de una y otra historia uno se da cuenta como mencioné por ahí en otro post que si uno pone cuidado vivimos a punta de realismo mágico, así que como lo mío es el drama voy a dejar por acá un par de fragmentos de algunas conversaciones reales o no que bien pueden ser traídos de esa magia en la que vivimos:

Siendo 31 de diciembre un poco después de las dos dela tarde decidió que no valía la pena devolverse y era buena idea tomar el último Jeep que salía desde Trujillo así no la dejara ni a un tercio de su camino y esperando lo mejor se aventuró a caminar por la carretera lo que faltaba de su viaje, para eso llevaba un tarro con agua, en la espalda bien acomodado su morral Gatorade que había reclamado a cambio de unas tapas de la bebida y una módica suma en efectivo, gafas oscuras para protegerse de  sol y el viento con mosquitos y mugre,  y como siempre zapatos cómodos que en caso de lluvia no le iban a permitir que se mojara los pies, habiendo caminado más de cuarenta minutos sin que pasara más que el viento a su lado no supo si asustarse o alegrarse al escuchar el motor de una DT125, porque para esa época alguien de más de veinte años  reconocía con claridad el sonido de ese motor y conocía su significado, así que cuando la moto se detuvo a su lado y su conductora: una rubia con sonrisa preocupada le preguntó si sabía dónde quedaba Primavera, en ese momento pensó que valía la pena espera lo mejor y le dijo que sí, que más o menos a hora y media, que solo tenía que seguir la carretera al llegar al Crucero hacer una U y seguir por esa carretera, que no tenía pierde, la rubia le preguntó si iba para allá y  contestó que no, pero que le servía el aventón hasta el Crucero, fue así, en ese viaje de una hora que supo la historia de la rubia y en medio de las montañas, esa vista que tanto le gustaba y la que siempre sería la razón de sus viajes y el viento frío de las 4 de la tarde pararon a estirar  las piernas y aprovechó para sacar de su morral Gatorade una botella de Bacardi Limón y brindaron por el amor, el desamor, los viajes inesperados y por qué no, por el año nuevo. Después de despedir a la rubia con una sonrisa ya no tan preocupada asegurándole que siguiendo por la carretera de la izquierda en unos treinta minutos llegaría a su destino siguió su camino a pie, recordaba que cuando tenía unos doce años ese recorrido lo habían hecho en un poco más de dos horas, razones para creer que en sus veintitantos y con la motivación de llegar antes de media noche no se tardaría dos horas en llegar, después de unos veinte minutos caminando al fin escuchó un carro que se detuvo a preguntarle para dónde iba, agradeció a toda una vida bien vivida de sus tías que le consiguieron un cupo en ese carro y en 30 minutos después de otros tragos de Bacardi con los ocupantes del carro se bajaba en La Bomba y agradeció el llegar justo cuando sonaban las campanas anunciando primero y así no le cogiera la tarde a quien quería ir a la última misa del año. Llegada la media noche del 31 de diciembre ya no quedaba más Bacardi, pero un par de tragos llegaron gratis a su mesa de cuenta de quienes ya conocían una que otra cosa sobre su viaje. 

Revisó una vez más su maleta y de nuevo se apoderó de ella esa sensación de que algo le falta por empacar y a continuación la resignación de saber que se acordaría de qué cuando fuese tarde, era lo que pasaba en cada viaje, especialmente en esos que se daban de improvisto donde la sensación de que algo falta por empacar en la maleta permanece hasta que uno regresa del viaje y está desempacando, con el perro a un lado, un morral que contenía lo esencial para estar tres días fuera de casa caminaba por el terminal con mucho cuidado para que la torta de chocolate que le había llevado su repostrero de confianza por motivo de su cumpleaños soportara las ocho horas de viaje en bus y conservara una forma que le permitiera ser compartida con aquellos que iban a estar allí con motivo del funeral. 

Antes de salir miró por última vez el reloj de la cocina y sabía que 45 minutos iban a ser más que suficientes para llegar, caminó sin pausa y sin prisa hasta que llegó al punto de encuentro, sabía que era un recorrido de máximo 35 minutos así que tendría tiempo suficiente para refrescarse y pedir algo de tomar mientras esperaba, para su sorpresa la estaban esperando y no era la primera vez que llegaba cinco minutos tarde, sabía que tampoco sería la última vez, pero estaba determinada a llegar al fondo del asunto, fue así como inició su guerra contra el tiempo, empezó haciendo recorridos cronometrados desde que salía de la casa hasta llegar al punto de encuentro, 25 minutos caminando rápido, 30 minutos con un poco de prisa y 40 minutos, sin embargo, la siguiente vez al salir se le perdieron 5 minutos y aunque llegó justo a tiempo no era suficiente, tenía que encontrar la anomalía temporal que la estaba persiguiendo, su conocimiento de viajes en el tiempo además de las películas sobre el tema en realidad tendía a cero y no encontraba explicación, fue así como un día cualquiera mientras preparaba su almuerzo miró su muñeca y miró la hora antes de poner en el agua sus huevos: 12:05, los sacaría a las 12:12 porque sus huevos favoritos eran los de 7 minutos, a las 12:12 según el reloj de la cocina sacó los huevos y al partirlos descubrió con horror que esos huevos tenían incluso más de 10 minutos,  fue así como parte de las piezas cayeron en su lugar y descubrió que entre el reloj de su muñeca y el de la cocina habían 5.5 minutos de diferencia, ajustó el reloj de la cocina a la hora indicada en su muñeca y con cara de satisfacción siguió con su vida, una semana después se encontró que de alguna manera el reloj de la cocina ahora estaba 2:27 minutos por detrás del de su muñeca y ahora tenía otro misterio para resolver. 




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