Pamema XX

Carlos se sentía orgulloso al hacer su trabajo, estaba convencido que era de los trabajos que hacen del mundo un lugar mejor, solo lo detenía el clima cuando le daba por ser lluvioso, pero en esos casos esperaba ansioso que terminara de llover porque ahí su trabajo solía tener más sentido. 

La sonrisa estaba al orden del día con cada saludo de quien se animaba a decirle hola a Carlos, una sonrisa de esas que alegran el día, de las que se sienten sinceras, era fácil sonreírle de vuelta a Carlos y sentir que el mundo era un lugar mejor gracias a él. 

Carlos tenía una debilidad por los perros, le era fácil robarle un par de minutos a sus labores para acariciarlos y darle uno de los dulces que cargaba para esas ocasiones, era normal para Carlos que durante su ruta los perros lo saludaran emocionados, condicionamiento pavloviano que aplicaba con maestría sin necesidad de tener que aguantarse unos cuantos semestres de psicología. 

Los dueños de perros saludaban a Carlos y le decían que no era necesario que le diera dulces, aún así el can pensaba algo completamente diferente y Carlos solo sonreía, fue así como un día alguien le dio a Carlos un paquete de dulces para perros y él lo recibió encantado, cuando llegó a la casa saludó a su perrita y con gran emoción le dio uno de los dulces del paquete. Para su sorpresa en mitad de la noche despertó con las arcadas de la pobre Lulú que se retorcía ante un aparente dolor y una cantidad de vómito tal que no se sabía si había salido solo de su pequeño y esponjoso cuerpo. 

Después de un par de días Lulú mejoró, pero Carlos no volvió a ser el mismo. 

Siguió comprando dulces y los daba a los perros que encontraba, seguía saludando con esa gran sonrisa y se animaba a una buena conversación si se le presentaba la oportunidad, pero por dentro tenía un plan alimentado por el dolor que vio en Lulú durante esos días, si la gente no podía tener amabilidad con los animales no se podía confiar en ellos como cuidadores en general.

La noticia salió en el periódico un par de meses después: 15 niños entre los 3 y los 13 años resultaron envenenados con mata-ratas, 10 murieron, no se sabe cuándo o cómo llegó a ellos el veneno, no tenían nada en común, mientras tanto Carlos leía la noticia  a la vez que paseaba a Lulú y pensaba en lo mucho que le gustaba la ruta de limpieza
que le habían asignado desde el pasado lunes.  

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